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COMPLEJO DARVON. Las encontró en su botiquín y las hizo girar entre las manos,
cavilando. Algo que el médico le recetó antes de que tuviera que volver al hospital. Algo
para las noches que pasaban tan lentamente. El botiquín está lleno de medicamentos,
pulcramente alineados como las pociones de un hechicero vudú. Filtros mágicos del mundo
occidental. SUPOSITORIOS FLEET. Nunca en su vida ha usado un supositorio y la sola
idea de introducirse un objeto céreo en el recto para que lo disuelva el calor del cuerpo, lo
descompone. Es indecoroso meterse elementos extraños en el culo. LECHE DE
MAGNESIA PHILIPS. FÓRMULA ANALGÉSICA ANACIN. PEPTO-B1SMOL. Otros.
Puede rastrear el curso de la enfermedad a través de los medicamentos.
Pero estas pildoras son distintas. Son iguales a las Darvon comunes aunque en forma de
cápsulas gelatinosas grises. Y son más grandes, como las que su padre acostumbraba a
llamar pildoras para caballos. La caja dice Asp. 350 gr., Darvon 100 gr., ¿y ella podría
mascarlas si él se las diera? ¿Lo haría? La casa continúa funcionando: el motor de la
nevera marcha y se detiene, la caldera arranca y se apaga, de vez en cuando el cuclillo se
asoma quejosamente por la puertecita del reloj para anunciar la hora o la media. Supone
que después de que ella muera les tocará a Kevin y a él detener los mecanismos de la casa.
Sí, ella se ha ido. Toda la casa lo dice. Ella está en el Central Maine Hospital, en Lewiston.
Habitación 312. Se internó cuando el dolor se hizo tan intenso que ya no podía ir a la
cocina y prepararse su propio café. A veces, cuando él la visitaba, ella se quejaba sin darse
cuenta.
El ascensor sube chirriando y a él se le ocurre examinar el certificado azul de la cabina.
Éste especifica que el ascensor es seguro, con o sin chirridos. Ahora hace casi tres semanas
que ella está aquí y hoy le han practicado una operación llamada «cortotomía». No está
seguro de que se escriba así, pero así es como suena. El médico le explicó a ella que
durante la «cortotomía» se inserta una aguja en el cuello y después en el cerebro. Le
explicó también que es como clavar un alfiler en una naranja y pinchar una pepita. Cuando
la aguja se ha introducido en el centro del dolor, transmiten una señal de radio a la punta
del instrumento y dicho centro se desintegra. Como si desenchufaran un televisor. Así el
cáncer que le devora el vientre dejará de fastidiarla.
La imagen de esta operación lo altera más que la de los supositorios que se derriten
cálidamente en el ano. Le hace pensar en un libro de Michael Crichton titulado El hombre
terminal, donde se habla de seres humanos a los que les implantan cables en la cabeza.
Según Crichton, ésta puede ser una situación muy chocante. Quién lo duda.
La puerta del ascensor se abre en el tercer piso y sale de la cabina. Ésta es el ala antigua
del hospital y huele al serrín dulzón que espolvorean sobre el vómito en los parques de
atracciones. Ha dejado las pildoras en la guantera del coche. No ha bebido nada antes de
esta visita.
Aquí las paredes están pintadas de dos colores: marrón abajo y blanco arriba. Piensa que
en el mundo hay una sola combinación de dos colores que podría ser más deprimente que la
del marrón y el blanco: la del rosa y el negro. Corredores de hospitales como gigantescos
envoltorios de golosinas. La idea lo hace sonreír y al mismo tiempo le produce náuseas.
Frente al ascensor, dos corredores se cruzan en T, y allí hay una fuente de agua donde
siempre se detiene para distraerse un poco. También hay equipos hospitalarios dispersos
por todas partes, como extraños juguetes de un parque infantil. Una camilla con bordes
cromados y ruedas de goma, como las que utilizan para transportarte al quirófano cuando
llega la hora de practicar la «cortotomía». Hay un gran objeto circular cuya función
desconoce. Se parece a las ruedas que a veces se ven en las jaulas de las ardillas. Hay una
bandeja rodante para alimentación endovenosa, de la que cuelgan dos frascos como tetas
oníricas de Salvador Dalí. En el final de uno de los corredores está la sala de enfermeras, y
a él le llegan risas estimuladas por el café.
Bebe agua v después se encamina lentamente hacia la habitación. Lo asusta pensar en lo
que encontrará allí y desea que esté durmiendo. En ese caso no la despertará.
Sobre la puerta de cada habitación hay una lucecita cuadrangular. Cuando un paciente
pulsa su botón de llamada la lucecita se enciende, con un resplandor rojo. Los pacientes se
pasean despacio de un extremo al otro del corredor, vestidos con batas económicas que
suministra el hospital para cubrir la ropa interior del mismo origen. Las batas son a rayas
azules y blancas y tienen cuellos redondos. La ropa interior es tolerable en las mujeres pero
tiene un aspecto francamente extraño cuando la usan los hombres, porque se parece a
vestidos o enaguas que caen hasta la rodilla. Los hombres siempre parecen calzar pantuflas
de imitación cuero. Las mujeres prefieren las pantuflas tejidas con borlas peludas. Su madre
tiene un par de éstas.
Los pacientes le hacen evocar la película de terror La noche de los muertos vivientes.
Caminan lentamente, como si alguien hubiera desatornillado las tapas de sus órganos a la
manera de los frascos de mayonesa y los líquidos estuvieran agitándose dentro de ellos y a
punto de derramarse. Algunos usan bastones. La parsimonia con que se desplazan a lo largo
de los corredores es alarmante pero también majestuosa. Marchan pausadamente, sin
rumbo, como cuando los graduados universitarios desfilan con sus birretes y togas hacia la
sala de ceremonias,
Las radios de transistores difunden por todas partes una música ectoplásmica. Oye a
Black Oak Arkansas cantando Jim Dandy (Go Jim Dandv, go Jim Dandv!, les grita
alegremente una voz en falsete a los lerdos caminantes). Oye a un invitado a un coloquio
que despotrica contra Nixon en un tono tan impregnado de ácido como una pluma
humeante. Oye una polca cantada en francés:
Lewiston es todavía una ciudad francófona y las polcas y jigas gustan casi tanto como los
intercambios de navajazos en los bares de la zona baja de Lisbon Street.
Se detiene frente a la habitación de su madre. Durante un tiempo había estado tan
desequilibrado que iba a visitarla borracho. Se avergonzaba de presentarse ebrio delante de
su madre a pesar de que ella no se daba cuenta porque estaba completamente drogada y
saturada de Elavil. El Elavil es un sedante que les dan a los enfermos de cáncer para que no
los angustie demasiado la idea de que están agonizando.
Lo que hacía era comprar dos cajas de seis latas de cerveza Black Label en el Sonny's
Market, por la tarde. Se sentaba con los niños y contemplaba los programas infantiles de
televisión. Tres cervezas con Barrio Sésamo, dos durante Mister Rogers, una durante [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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COMPLEJO DARVON. Las encontró en su botiquín y las hizo girar entre las manos,
cavilando. Algo que el médico le recetó antes de que tuviera que volver al hospital. Algo
para las noches que pasaban tan lentamente. El botiquín está lleno de medicamentos,
pulcramente alineados como las pociones de un hechicero vudú. Filtros mágicos del mundo
occidental. SUPOSITORIOS FLEET. Nunca en su vida ha usado un supositorio y la sola
idea de introducirse un objeto céreo en el recto para que lo disuelva el calor del cuerpo, lo
descompone. Es indecoroso meterse elementos extraños en el culo. LECHE DE
MAGNESIA PHILIPS. FÓRMULA ANALGÉSICA ANACIN. PEPTO-B1SMOL. Otros.
Puede rastrear el curso de la enfermedad a través de los medicamentos.
Pero estas pildoras son distintas. Son iguales a las Darvon comunes aunque en forma de
cápsulas gelatinosas grises. Y son más grandes, como las que su padre acostumbraba a
llamar pildoras para caballos. La caja dice Asp. 350 gr., Darvon 100 gr., ¿y ella podría
mascarlas si él se las diera? ¿Lo haría? La casa continúa funcionando: el motor de la
nevera marcha y se detiene, la caldera arranca y se apaga, de vez en cuando el cuclillo se
asoma quejosamente por la puertecita del reloj para anunciar la hora o la media. Supone
que después de que ella muera les tocará a Kevin y a él detener los mecanismos de la casa.
Sí, ella se ha ido. Toda la casa lo dice. Ella está en el Central Maine Hospital, en Lewiston.
Habitación 312. Se internó cuando el dolor se hizo tan intenso que ya no podía ir a la
cocina y prepararse su propio café. A veces, cuando él la visitaba, ella se quejaba sin darse
cuenta.
El ascensor sube chirriando y a él se le ocurre examinar el certificado azul de la cabina.
Éste especifica que el ascensor es seguro, con o sin chirridos. Ahora hace casi tres semanas
que ella está aquí y hoy le han practicado una operación llamada «cortotomía». No está
seguro de que se escriba así, pero así es como suena. El médico le explicó a ella que
durante la «cortotomía» se inserta una aguja en el cuello y después en el cerebro. Le
explicó también que es como clavar un alfiler en una naranja y pinchar una pepita. Cuando
la aguja se ha introducido en el centro del dolor, transmiten una señal de radio a la punta
del instrumento y dicho centro se desintegra. Como si desenchufaran un televisor. Así el
cáncer que le devora el vientre dejará de fastidiarla.
La imagen de esta operación lo altera más que la de los supositorios que se derriten
cálidamente en el ano. Le hace pensar en un libro de Michael Crichton titulado El hombre
terminal, donde se habla de seres humanos a los que les implantan cables en la cabeza.
Según Crichton, ésta puede ser una situación muy chocante. Quién lo duda.
La puerta del ascensor se abre en el tercer piso y sale de la cabina. Ésta es el ala antigua
del hospital y huele al serrín dulzón que espolvorean sobre el vómito en los parques de
atracciones. Ha dejado las pildoras en la guantera del coche. No ha bebido nada antes de
esta visita.
Aquí las paredes están pintadas de dos colores: marrón abajo y blanco arriba. Piensa que
en el mundo hay una sola combinación de dos colores que podría ser más deprimente que la
del marrón y el blanco: la del rosa y el negro. Corredores de hospitales como gigantescos
envoltorios de golosinas. La idea lo hace sonreír y al mismo tiempo le produce náuseas.
Frente al ascensor, dos corredores se cruzan en T, y allí hay una fuente de agua donde
siempre se detiene para distraerse un poco. También hay equipos hospitalarios dispersos
por todas partes, como extraños juguetes de un parque infantil. Una camilla con bordes
cromados y ruedas de goma, como las que utilizan para transportarte al quirófano cuando
llega la hora de practicar la «cortotomía». Hay un gran objeto circular cuya función
desconoce. Se parece a las ruedas que a veces se ven en las jaulas de las ardillas. Hay una
bandeja rodante para alimentación endovenosa, de la que cuelgan dos frascos como tetas
oníricas de Salvador Dalí. En el final de uno de los corredores está la sala de enfermeras, y
a él le llegan risas estimuladas por el café.
Bebe agua v después se encamina lentamente hacia la habitación. Lo asusta pensar en lo
que encontrará allí y desea que esté durmiendo. En ese caso no la despertará.
Sobre la puerta de cada habitación hay una lucecita cuadrangular. Cuando un paciente
pulsa su botón de llamada la lucecita se enciende, con un resplandor rojo. Los pacientes se
pasean despacio de un extremo al otro del corredor, vestidos con batas económicas que
suministra el hospital para cubrir la ropa interior del mismo origen. Las batas son a rayas
azules y blancas y tienen cuellos redondos. La ropa interior es tolerable en las mujeres pero
tiene un aspecto francamente extraño cuando la usan los hombres, porque se parece a
vestidos o enaguas que caen hasta la rodilla. Los hombres siempre parecen calzar pantuflas
de imitación cuero. Las mujeres prefieren las pantuflas tejidas con borlas peludas. Su madre
tiene un par de éstas.
Los pacientes le hacen evocar la película de terror La noche de los muertos vivientes.
Caminan lentamente, como si alguien hubiera desatornillado las tapas de sus órganos a la
manera de los frascos de mayonesa y los líquidos estuvieran agitándose dentro de ellos y a
punto de derramarse. Algunos usan bastones. La parsimonia con que se desplazan a lo largo
de los corredores es alarmante pero también majestuosa. Marchan pausadamente, sin
rumbo, como cuando los graduados universitarios desfilan con sus birretes y togas hacia la
sala de ceremonias,
Las radios de transistores difunden por todas partes una música ectoplásmica. Oye a
Black Oak Arkansas cantando Jim Dandy (Go Jim Dandv, go Jim Dandv!, les grita
alegremente una voz en falsete a los lerdos caminantes). Oye a un invitado a un coloquio
que despotrica contra Nixon en un tono tan impregnado de ácido como una pluma
humeante. Oye una polca cantada en francés:
Lewiston es todavía una ciudad francófona y las polcas y jigas gustan casi tanto como los
intercambios de navajazos en los bares de la zona baja de Lisbon Street.
Se detiene frente a la habitación de su madre. Durante un tiempo había estado tan
desequilibrado que iba a visitarla borracho. Se avergonzaba de presentarse ebrio delante de
su madre a pesar de que ella no se daba cuenta porque estaba completamente drogada y
saturada de Elavil. El Elavil es un sedante que les dan a los enfermos de cáncer para que no
los angustie demasiado la idea de que están agonizando.
Lo que hacía era comprar dos cajas de seis latas de cerveza Black Label en el Sonny's
Market, por la tarde. Se sentaba con los niños y contemplaba los programas infantiles de
televisión. Tres cervezas con Barrio Sésamo, dos durante Mister Rogers, una durante [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]