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- Y probablemente estaba en lo cierto.
- Pero usted dice que escribió algo - insistió ella; moment�neamente, el peligro
personal que corr�a quedó borrado ante su inter�s profesional.
- Yo no he dicho que �l escribiera nada.
- �No estaba escrito con la misma pluma?
- Lo estaba. Pero no creo que lo escribiera �l. No era su caligraf�a.
- Eso ocurre muchas veces en la escritura autom�tica. La caligraf�a resulta modificada
de acuerdo con la personalidad de la unidad subconsciente disociada. La alteración es a
veces tan grande que la escritura resulta irreconocible como hecha por la mano del sujeto.
El hombre la miró escrutadoramente. - Esta escritura es perfectamente reconocible,
doctora van Tuyl. Me temo que ha cometido usted un grave error. �Quiere que le diga de
qui�n es esa caligraf�a?
Ella apenas oyó su propio susurro:
- �M�a?
- S�.
- �Qui�n lo dice?
- Usted lo sabe muy bien.
- No lo s�. - Notó que, bajo sus ropas, todo su cuerpo estaba cubierto de sudor helado -
. Al menos deben darme una posibilidad de explicarme. �Puedo ver eso?
El la miró pensativamente por un instante, luego buscó algo en su bolsillo.
- Esto es una fotocopia. El papel, la textura, la tinta, todo, es una copia perfecta de su
original.
Ella estudió la hoja con un fruncimiento de perplejidad. Hab�a unas pocas l�neas
garabateadas con tinta roja. Pero no era su caligraf�a. De hecho, no era ni siquiera
caligraf�a... �tan solo una masa de garabatos ilegibles!
Anna sintió un estremecimiento de miedo. Balbuceó:
- �Qu� es lo que pretenden?
- �No niega que usted escribió esto?
- Por supuesto que lo niego. - Ya no consegu�a controlar el temblor de su voz. Sus
labios eran masas de plomo, su lengua una losa de piedra -. Esto es... irreconocible...
El Corcho la miró con una siniestra paciencia.
- En el �ngulo superior izquierdo est� su monograma: �A. v T.�, el mismo que en la
otra hoja. Admitir� al menos esto.
Por primera vez, Anna examinó realmente el presunto tr�o de iniciales envuelto en la
elipse familiar. La elipse estaba all�. Pero la impresión dentro de ella era... ilegible. Tomó
de nuevo la primera hoja... la hoja en blanco. El tacto del papel, incluso su aroma,
gritaban que era genuino. Era realmente el suyo. �Pero el monograma!
- �Oh, no! - susurró.
Sus despavoridos ojos erraron por la habitación. El calendario... la misma pintura de la
misma vaca... �pero el resto...! Un montón de libros en el rincón... los dorados t�tulos de
los lomos... con el polvo acumulado durante meses... la etiqueta en el rollo de tela
pintada... incluso el reloj en su mu�eca.
Garabatos. Ya no sab�a leer. Hab�a olvidado cómo hacerlo. Los irónicos dioses hab�an
escogido aquel momento cr�tico para cegarla con su brillante don.
�Ten�a que enfrentarse a ello! �Y seguir jugando el juego!
Se humedeció los temblorosos labios.
- No consigo leer. Me dej� las gafas de lectura afuera, en el bolso. - Devolvió la hoja -.
Si lo leyera usted, tal vez reconocer�a el contenido.
- Creo m�s bien - dijo el hombre - que est� intentando que aparte mis ojos de usted. Si
no le importa, lo recitar� de memoria: ��...qu� cl�max singular para el Sue�o! Y sin
embargo inevitable. Arte versus Ciencia decreta que uno de nosotros deba destruir el
arma Sciomnia; pero eso puede esperar hasta que seamos m�s numerosos. As�, lo que
yo haga es solo por �l, y su futuro, depende de ello. De este modo, la Ciencia se inclina
ante el Arte, pero ni siquiera el Arte lo es todo. El Estudiante debe conocer qu� es lo m�s
importante cuando ve muerto al Ruise�or, pero solamente entonces reconocer�...�
Hizo una pausa.
- �Eso es todo? - preguntó Anna.
- Eso es todo.
- �No hay nada acerca de... una rosa?
- No. �Qu� significa la palabra código �rosa�?
�Muerte?, meditó Anna. �Era la rosa un sinónimo criptol�lico para la sepultura? Cerró
los ojos y se estremeció. �Eran aquellos realmente los pensamientos de ella, impresos en
la mente y en la mu�eca de Ruy Jacques desde alguna silla de la platea ante su propio
ballet dentro de tres semanas? Despu�s de todo, �por qu� ten�a que ser imposible?
Coleridge afirmaba que Kublai Khan le hab�a sido dictado a trav�s de la escritura
autom�tica. Y aqu�l m�stico ingl�s, William Blake, reconoció libremente haber sido con
frecuencia el amanuense de una personalidad desconocida. Y hab�a otros muchos casos.
As�, desde alg�n desconocido tiempo y lugar, la mente de Anna van Tuyl hab�a
sintonizado con la de Ruy Jacques, y su mente hab�a olvidado moment�neamente que
ambos ya no pod�an escribir, y hab�a registrado un extra�o sue�o.
Fue entonces cuando se dio cuenta de los... susurros.
No, no eran susurros... no exactamente. Eran m�s bien agitadas vibraciones,
mezcl�ndose, aumentando de intensidad, descendiendo. Su corazón latió m�s
apresuradamente cuando se dio cuenta de lo que aquello significaba. Era como si algo en
su mente estuviera vibrando repentinamente en rapport con un mundo subet�reo. Le
estaban siendo transmitidos mensajes para los cuales no necesitaba ni lengua ni o�do;
estaban m�s all� del sonido... m�s all� del conocimiento, y zumbaban vertiginosamente a
su alrededor procedentes de todas direcciones. Del anillo que llevaba. De los botones de
bronce de su chaqueta. Desde la tuber�a vertical que descend�a hasta el suelo en el
rincón. Desde el reflector de metal de la luz del techo.
Y el m�s fuerte y el m�s significativo de todos ellos proven�a del arma invisible. El
Corcho palpó el bolsillo de su chaqueta. Tan segura como si la hubiera visto en plena
acción, Anna supo que el arma hab�a matado en el pasado. Y no una sola vez. Se
descubrió a s� misma intentando captar aquellos pensamientos residuales de muerte:
una... dos... tres veces... m�s all� de las cuales se entremezclaban en un caos de
violencia constante, indescifrable.
Y en aquel momento el arma empezó a gritar:
- �Mata! �Mata! �Mata!
Se pasó la palma de su mano por la frente. Todo su rostro estaba cubierto de fr�o
sudor. Tragó saliva ruidosamente.
13
Ruy Jacques estaba sentado ante el iluminador met�lico situado junto a su caballete,
aparentemente absorto en la profunda contemplación de sus caprinos rasgos, y
completamente ajeno a todo lo que suced�a a su alrededor. En realidad estaba casi
completamente perdido en una sardónica y silenciosa alegr�a acerca de la triangular lucha [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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