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Y mientras tanto, Rodin, muy nervioso, coge las manos de la muchacha, las sube hasta atarlas a la argolla
de una columna colocada en el centro de la cámara de castigo. Julie está indefensa... sólo... su hermosa
cabeza lánguidamente vuelta hacia su verdugo, los soberbios cabellos en desorden, y unas lágrimas que
inundan el más bello rostro del mundo... el más dulce... el más interesante. Rodin contempla esta escena y
se excita. Coloca una venda sobre los ojos que le imploran. Julie ya no ve nada Rodin, más a sus anchas,
desprende los velos del pudor, la camisa arremangada bajo el corsé sube hasta la mitad de las caderas...
¡Cuánta blancura, cuántas bellezas! Son rosas deshojadas sobre lirios por las propias manos de las Gracias.
¿Quién será, pues, tan duro como para condenar al tormento unos encantos tan frescos... tan excitantes?
¿Qué monstruo puede buscar el placer en el seno de las lágrimas y del dolor? Rodin la mira... su mirada
extraviada le recorre de arriba abajo, sus manos se atreven a profanar las flores que sus crueldades
marchitarán. Totalmente de frente, no puede escapársenos ningún gesto. A veces el libertino entreabre y
otras oculta los lindos encantos que le fascinan; nos los ofrece bajo todas sus formas, pero sólo se limita a
eso. Aunque el auténtico templo del amor esté a su alcance, Rodin, fiel a su culto, no le dirige ni una sola
mirada, teme incluso su aparición. Si la actitud lo expone, él lo encubre. La más leve digresión turbaría su
homenaje, no quiere que nada lo distraiga... Al fin su furor supera los límites, lo expresa primeramente con
insultos, colma de amenazas y de frases soeces a la pobrecita desdichada, temblorosa bajo los golpes con
que se ve a punto de ser desgarrada. Rodin ya está fuera de sí, coge un puñado de varas de una cuba, donde
adquieren, en el vinagre que las empapa, mayor humedad y penetración...
Vamos dice acercándose a su víctima , prepárate, hay que sufrir...
Y el cruel, dejando caer con un brazo vigoroso los haces a plomo sobre todas las partes que se le ofrecen,
comienza por asestar veinticinco vergajazos que no tar dan en colorear de bermellón el tierno rosicler de
esa piel tan fresca.
Julie grita... unos gritos tan agudos que desgarraban mi alma... las lágrimas manan bajo su vendas y caen
como perlas sobre sus hermosas mejillas. Rodin aún se enfurece más... Lleva sus manos a las partes
maltratadas, las toca, las aprieta, parece prepararlas para nuevos asaltos. No tardan en seguir a los primeros,
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Rodin comienza de nuevo, no asesta un solo golpe que no vaya precedido de un insulto, de una amenaza o
de un reproche... aparece la sangre... Rodin se extasía; se deleita contemplando las pruebas palpables de su
ferocidad. Ya no puede contenerse, el estado más indecente manifiesta su llama; ya no teme descubrirse del
todo. Julie no puede verle... Por un instante se acerca a la brecha, le gustaría encaramarse sobre ella como
un vencedor, pero no se atreve. Recomenzando nuevas tiranías, Rodin fustiga con toda su fuerza. Acaba
por entreabrir a fuerza de cintarazos el asilo de las gracias y de la voluptuosidad... Está totalmente fuera de
sí; su borrachera ha llegado al punto de impedirle el uso de la razón: jura, blasfema, vocifera, nada escapa a
sus bárbaros golpes, todo cuanto se ve es tratado con el mismo rigor; pero el malvado consigue dominarse,
percibe la imposibilidad de ir más lejos sin el peligro de perder unas fuerzas que le son necesarias para
nuevas operaciones.
Vístete le dice a Julie, desatándola y vistiéndose también él . Si vuelves a repetirlo, piensa que no
te escaparás con tan poco.
Devuelta Julie a su clase, Rodin va a la de los muchachos. Trae consigo inmediatamente un joven escolar
de quince años, hermoso como el día. Rodin lo regaña; más cómodo con él sin duda, lo mima, lo besa
mientras le sermonea:
Mereces ser castigado le dice , y lo serás...
Después de estas palabras, supera con el niño todos los límites del pudor. Pero aquí todo le interesa, no se
excluye nada, lo velos se alzan, todo se palpa indistintamente. Rodin amenaza, acaricia, besa, insulta. Sus
dedos impíos intentan hacer nacer en el muchacho los sentimientos de voluptuosidad que también le exige.
Vaya le dice el sátiro, al contemplar su éxito , te veo en el estado que te había prohibido... Apuesto
a que con dos sacudidas mas me lo echarás todo encima...
Harto seguro de las titilaciones que produce, el libertino se acerca para recoger el homenaje, y su boca es
el templo ofrecido al dulce incienso. Sus manos provocan los chorros, los atrae, los devora, él mismo está a
punto de estallar, pero quiere llegar al final.
¡Ah! Voy a castigarte por esta tontería dice levantándose.
Inmoviliza las dos manos del joven y se ofrece por entero el altar donde quiere sacrificar su furor. Lo en-
treabre, sus besos lo recorren, su lengua se hunde y se pierde en él. Rodin, ebrio de amor y de ferocidad,
mezcla ambas expresiones y sentimientos...
¡Ah!, briboncillo exclama , tengo que vengarme de la ilusión que me procuras.
Enarbola las varas. Rodin fustiga; más excitado sin duda que con la vestal, sus golpes se tornan mucho
más fuertes y mucho más numerosos; el niño llora, Rodin se extasía, pero nuevos placeres le reclaman,
suelta al niño y vuela hacia otros sacrificios. Una chiquilla de trece años sucede al muchacho, y a ésa otro
escolar, seguido de una muchacha. Rodin azota a nueve, cinco muchachos y cuatro muchachas; el último es
un chiquillo de catorce años, con una cara deliciosa: Rodin quiere disfrutar de él, el escolar se defiende;
extraviado por la lujuria, lo azota, y el malvado, que ya está fuera de sí, lanza los chorros espumosos de su
llama sobre las partes maltratadas de su joven alumno, lo moja de las caderas a los talones: nuestro
corrector, furioso por no haber tenido la fuerza suficiente para contenerse por lo menos hasta el final, suelta
al niño de mala gana, y lo devuelve a la clase asegurándole que no le pasará nada. Eso fue lo que escuché y
las escenas que me sorprendieron.
¡Oh, cielos! le dije a Rosalie cuando las espantosas escenas terminaron , ¿cómo puede entregarse a
semejantes excesos? ¿Cómo puede deleitarse con los tormentos que inflige?
Aún no lo sabes todo me contesta Rosalie ; escucha me dice regresando conmigo a su
habitación , lo qué has visto puede hacerte entender que, cuando mi padre halla algunas facilidades en sus
jóvenes alumnos, lleva sus horrores mucho más lejos. Abusa de las jóvenes de la misma manera que de los
muchachos de aquella criminal manera, me dio a entender Rosalie, que yo misma había pensado llegar a
ser víctima con el jefe de los bandidos, en cuyas manos había caído después de mi evasión de la
Conciergerie, y con la que había sido manchada por el negociante de Lyon . Con ello prosiguió la
joven , las jóvenes no quedan deshonradas, ningún embarazo a temer, y nada les impide encontrar esposo; [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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Y mientras tanto, Rodin, muy nervioso, coge las manos de la muchacha, las sube hasta atarlas a la argolla
de una columna colocada en el centro de la cámara de castigo. Julie está indefensa... sólo... su hermosa
cabeza lánguidamente vuelta hacia su verdugo, los soberbios cabellos en desorden, y unas lágrimas que
inundan el más bello rostro del mundo... el más dulce... el más interesante. Rodin contempla esta escena y
se excita. Coloca una venda sobre los ojos que le imploran. Julie ya no ve nada Rodin, más a sus anchas,
desprende los velos del pudor, la camisa arremangada bajo el corsé sube hasta la mitad de las caderas...
¡Cuánta blancura, cuántas bellezas! Son rosas deshojadas sobre lirios por las propias manos de las Gracias.
¿Quién será, pues, tan duro como para condenar al tormento unos encantos tan frescos... tan excitantes?
¿Qué monstruo puede buscar el placer en el seno de las lágrimas y del dolor? Rodin la mira... su mirada
extraviada le recorre de arriba abajo, sus manos se atreven a profanar las flores que sus crueldades
marchitarán. Totalmente de frente, no puede escapársenos ningún gesto. A veces el libertino entreabre y
otras oculta los lindos encantos que le fascinan; nos los ofrece bajo todas sus formas, pero sólo se limita a
eso. Aunque el auténtico templo del amor esté a su alcance, Rodin, fiel a su culto, no le dirige ni una sola
mirada, teme incluso su aparición. Si la actitud lo expone, él lo encubre. La más leve digresión turbaría su
homenaje, no quiere que nada lo distraiga... Al fin su furor supera los límites, lo expresa primeramente con
insultos, colma de amenazas y de frases soeces a la pobrecita desdichada, temblorosa bajo los golpes con
que se ve a punto de ser desgarrada. Rodin ya está fuera de sí, coge un puñado de varas de una cuba, donde
adquieren, en el vinagre que las empapa, mayor humedad y penetración...
Vamos dice acercándose a su víctima , prepárate, hay que sufrir...
Y el cruel, dejando caer con un brazo vigoroso los haces a plomo sobre todas las partes que se le ofrecen,
comienza por asestar veinticinco vergajazos que no tar dan en colorear de bermellón el tierno rosicler de
esa piel tan fresca.
Julie grita... unos gritos tan agudos que desgarraban mi alma... las lágrimas manan bajo su vendas y caen
como perlas sobre sus hermosas mejillas. Rodin aún se enfurece más... Lleva sus manos a las partes
maltratadas, las toca, las aprieta, parece prepararlas para nuevos asaltos. No tardan en seguir a los primeros,
Este documento ha sido descargado de
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Rodin comienza de nuevo, no asesta un solo golpe que no vaya precedido de un insulto, de una amenaza o
de un reproche... aparece la sangre... Rodin se extasía; se deleita contemplando las pruebas palpables de su
ferocidad. Ya no puede contenerse, el estado más indecente manifiesta su llama; ya no teme descubrirse del
todo. Julie no puede verle... Por un instante se acerca a la brecha, le gustaría encaramarse sobre ella como
un vencedor, pero no se atreve. Recomenzando nuevas tiranías, Rodin fustiga con toda su fuerza. Acaba
por entreabrir a fuerza de cintarazos el asilo de las gracias y de la voluptuosidad... Está totalmente fuera de
sí; su borrachera ha llegado al punto de impedirle el uso de la razón: jura, blasfema, vocifera, nada escapa a
sus bárbaros golpes, todo cuanto se ve es tratado con el mismo rigor; pero el malvado consigue dominarse,
percibe la imposibilidad de ir más lejos sin el peligro de perder unas fuerzas que le son necesarias para
nuevas operaciones.
Vístete le dice a Julie, desatándola y vistiéndose también él . Si vuelves a repetirlo, piensa que no
te escaparás con tan poco.
Devuelta Julie a su clase, Rodin va a la de los muchachos. Trae consigo inmediatamente un joven escolar
de quince años, hermoso como el día. Rodin lo regaña; más cómodo con él sin duda, lo mima, lo besa
mientras le sermonea:
Mereces ser castigado le dice , y lo serás...
Después de estas palabras, supera con el niño todos los límites del pudor. Pero aquí todo le interesa, no se
excluye nada, lo velos se alzan, todo se palpa indistintamente. Rodin amenaza, acaricia, besa, insulta. Sus
dedos impíos intentan hacer nacer en el muchacho los sentimientos de voluptuosidad que también le exige.
Vaya le dice el sátiro, al contemplar su éxito , te veo en el estado que te había prohibido... Apuesto
a que con dos sacudidas mas me lo echarás todo encima...
Harto seguro de las titilaciones que produce, el libertino se acerca para recoger el homenaje, y su boca es
el templo ofrecido al dulce incienso. Sus manos provocan los chorros, los atrae, los devora, él mismo está a
punto de estallar, pero quiere llegar al final.
¡Ah! Voy a castigarte por esta tontería dice levantándose.
Inmoviliza las dos manos del joven y se ofrece por entero el altar donde quiere sacrificar su furor. Lo en-
treabre, sus besos lo recorren, su lengua se hunde y se pierde en él. Rodin, ebrio de amor y de ferocidad,
mezcla ambas expresiones y sentimientos...
¡Ah!, briboncillo exclama , tengo que vengarme de la ilusión que me procuras.
Enarbola las varas. Rodin fustiga; más excitado sin duda que con la vestal, sus golpes se tornan mucho
más fuertes y mucho más numerosos; el niño llora, Rodin se extasía, pero nuevos placeres le reclaman,
suelta al niño y vuela hacia otros sacrificios. Una chiquilla de trece años sucede al muchacho, y a ésa otro
escolar, seguido de una muchacha. Rodin azota a nueve, cinco muchachos y cuatro muchachas; el último es
un chiquillo de catorce años, con una cara deliciosa: Rodin quiere disfrutar de él, el escolar se defiende;
extraviado por la lujuria, lo azota, y el malvado, que ya está fuera de sí, lanza los chorros espumosos de su
llama sobre las partes maltratadas de su joven alumno, lo moja de las caderas a los talones: nuestro
corrector, furioso por no haber tenido la fuerza suficiente para contenerse por lo menos hasta el final, suelta
al niño de mala gana, y lo devuelve a la clase asegurándole que no le pasará nada. Eso fue lo que escuché y
las escenas que me sorprendieron.
¡Oh, cielos! le dije a Rosalie cuando las espantosas escenas terminaron , ¿cómo puede entregarse a
semejantes excesos? ¿Cómo puede deleitarse con los tormentos que inflige?
Aún no lo sabes todo me contesta Rosalie ; escucha me dice regresando conmigo a su
habitación , lo qué has visto puede hacerte entender que, cuando mi padre halla algunas facilidades en sus
jóvenes alumnos, lleva sus horrores mucho más lejos. Abusa de las jóvenes de la misma manera que de los
muchachos de aquella criminal manera, me dio a entender Rosalie, que yo misma había pensado llegar a
ser víctima con el jefe de los bandidos, en cuyas manos había caído después de mi evasión de la
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