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grandes controversias religiosas, que tanta confusión han creado en el mundo. Pero debo proseguir con la
parte histórica de los hechos y contar cada cosa en su lugar.
Una vez que Viernes y yo tuvimos una relación más íntima, que podía entender casi todo lo que le decía
y hablar con fluidez, aunque en un inglés entrecortado, le conté mi propia historia, o, al menos, la parte
relacionada con mi lle gada a la isla, la forma en que había vivido y el tiempo que llevaba allí. Lo inicié en
los misterios, pues así lo veía, de la pólvora y las balas y le enseñé a disparar. Le di un cuchillo, lo cual le
proporcionó un gran placer, y le hice un cinturón del cual colgaba una vaina, como las que se usan en
Inglaterra para colgar los cuchillos de caza pero, en vez de un cuchillo le di una azuela, que era un arma
igualmente útil en la mayoría de los casos y, en algunos, incluso más.
Le expliqué cómo era Europa, en especial Inglaterra, de donde provenía; cómo vivíamos, cómo
adorábamos a Dios, cómo nos relacionábamos y cómo comerciábamos con nuestros barcos en todo el
mundo. Le conté sobre el naufragio del barco en el que viajaba y le mostré, lo mejor que pude, el lugar
donde se había encallado aunque ya se había desbaratado y desaparecido. Le mostré las ruinas del bote que
habíamos perdido cuando huimos, el cual no pude mo ver pese a todos mis esfuerzos en aquel momento, y
que ahora se hallaba casi totalmente deshecho. Cuando Viernes vio el bote, se quedó pensativo un buen rato
sin decir una palabra. Le pregunté en qué pensaba y, por fin, me dijo:
-Yo veo bote igual venir a mi nación.
Al principio no comprendí lo que quería decir pero, finalmente cuando lo hube examinado con más
atención, me di cuenta de que se refería a un bote similar a aquél, que ha bía sido arrastrado hasta las costas
de su país; en otras palabras, según me explicó, había sido arrastrado por la fuerza de una tormenta. En el
momento pensé que algún barco europeo había naufragado en aquellas costas y que su chalupa se habría
soltado y habría sido arrastrada hasta la costa. Fui tan tonto que ni siquiera se me ocurrió pensar que los
hombres hubiesen podido escapar del naufragio, ni, mucho me nos, informarme de dónde provendrían, así
que solo se lo pregunté después que describió el bote.
Viernes lo describió bastante bien, mas no lo llegué a entender completamente hasta que añadió acalora-
damente:
-Nosotros salvamos hombres blancos ahogan.
Entonces le pregunté si había algún hombre blanco en el bote.
-Sí -dijo -, el bote lleno hombres blancos.
Le pregunté cuántos había y, contando con los dedos, me dijo que diecisiete. Entonces le pregunté qué
había sido de ellos y me dijo:
-Ellos viven, ellos habitan en mi nación.
Esto me suscitó nuevos pensamientos, pues imaginé que podía ser la tripulación del barco que había
naufragado cerca de mi isla, como la llamaba ahora. Después de que el barco se estrellara contra las rocas,
viendo que se hundiría inevitablemente, se habían salvado en el bote y habían llegado a aquella costa
habitada por salvajes.
Entonces, le pregunté más minuciosamente, qué había sido de ellos. Me aseguró que vivían allí desde
hacía casi cuatro años, que los salvajes no les habían hecho nada y que les habían dado vituallas para su
supervivencia. Le pregunté por qué no los habían matado y se los habían comido. Me contestó:
-No, ellos hacen hermanos -es decir, según me pare ció entender, una tregua.
Luego añadió:
-Ellos no comen hombres sino cuando hace la guerra pelear- es decir, que no se comían a ningún hombre
que no hubiese luchado contra ellos y no fuese prisionero de batalla.
Había transcurrido mucho tiempo después de esto, cuando, estando en la cima de la colina, al lado este de
la isla, desde donde, como he dicho, en un día claro, había des cubierto la tierra o continente de América,
Viernes, aprovechando el buen tiempo, se puso a mirar fijamente hacia la tierra firme y, como por sorpresa,
se puso a bailar y a saltar y me llamó, pues me encontraba a cierta distancia. Le pre gunté qué pasaba.
-¡Oh, alegría! dijo-, ¡oh, contento! ¡Allá ve mi país, allá mi nación!
Pude observar que una extraordinaria expresión de pla cer se dibujó en su rostro; sus ojos brillaban y en
su semblante se descubría una extraña ansiedad, como si hubiese pen sado regresar a su país. Esta
observación me hizo pensar muchas cosas, que al principio me causaron una inquietud que no había
experimentado antes respecto a mi siervo Viernes. Pensé que si Viernes volvía a su país, no solo olvidaría
su religión, sino todas sus obligaciones hacia mí y sería capaz de informar a sus compatriotas sobre mí y,
tal vez, re gresar con cien o doscientos de ellos para hacer un festín conmigo, tan felizmente como lo hacía
antes con los enemi gos que tomaba prisioneros.
Pero cometía un grave error, del que luego me arrepentí, con aquella pobre y honesta criatura. No
obstante, a me dida que aumentaban mis recelos, por espacio de casi dos semanas, estuve reservado y [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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grandes controversias religiosas, que tanta confusión han creado en el mundo. Pero debo proseguir con la
parte histórica de los hechos y contar cada cosa en su lugar.
Una vez que Viernes y yo tuvimos una relación más íntima, que podía entender casi todo lo que le decía
y hablar con fluidez, aunque en un inglés entrecortado, le conté mi propia historia, o, al menos, la parte
relacionada con mi lle gada a la isla, la forma en que había vivido y el tiempo que llevaba allí. Lo inicié en
los misterios, pues así lo veía, de la pólvora y las balas y le enseñé a disparar. Le di un cuchillo, lo cual le
proporcionó un gran placer, y le hice un cinturón del cual colgaba una vaina, como las que se usan en
Inglaterra para colgar los cuchillos de caza pero, en vez de un cuchillo le di una azuela, que era un arma
igualmente útil en la mayoría de los casos y, en algunos, incluso más.
Le expliqué cómo era Europa, en especial Inglaterra, de donde provenía; cómo vivíamos, cómo
adorábamos a Dios, cómo nos relacionábamos y cómo comerciábamos con nuestros barcos en todo el
mundo. Le conté sobre el naufragio del barco en el que viajaba y le mostré, lo mejor que pude, el lugar
donde se había encallado aunque ya se había desbaratado y desaparecido. Le mostré las ruinas del bote que
habíamos perdido cuando huimos, el cual no pude mo ver pese a todos mis esfuerzos en aquel momento, y
que ahora se hallaba casi totalmente deshecho. Cuando Viernes vio el bote, se quedó pensativo un buen rato
sin decir una palabra. Le pregunté en qué pensaba y, por fin, me dijo:
-Yo veo bote igual venir a mi nación.
Al principio no comprendí lo que quería decir pero, finalmente cuando lo hube examinado con más
atención, me di cuenta de que se refería a un bote similar a aquél, que ha bía sido arrastrado hasta las costas
de su país; en otras palabras, según me explicó, había sido arrastrado por la fuerza de una tormenta. En el
momento pensé que algún barco europeo había naufragado en aquellas costas y que su chalupa se habría
soltado y habría sido arrastrada hasta la costa. Fui tan tonto que ni siquiera se me ocurrió pensar que los
hombres hubiesen podido escapar del naufragio, ni, mucho me nos, informarme de dónde provendrían, así
que solo se lo pregunté después que describió el bote.
Viernes lo describió bastante bien, mas no lo llegué a entender completamente hasta que añadió acalora-
damente:
-Nosotros salvamos hombres blancos ahogan.
Entonces le pregunté si había algún hombre blanco en el bote.
-Sí -dijo -, el bote lleno hombres blancos.
Le pregunté cuántos había y, contando con los dedos, me dijo que diecisiete. Entonces le pregunté qué
había sido de ellos y me dijo:
-Ellos viven, ellos habitan en mi nación.
Esto me suscitó nuevos pensamientos, pues imaginé que podía ser la tripulación del barco que había
naufragado cerca de mi isla, como la llamaba ahora. Después de que el barco se estrellara contra las rocas,
viendo que se hundiría inevitablemente, se habían salvado en el bote y habían llegado a aquella costa
habitada por salvajes.
Entonces, le pregunté más minuciosamente, qué había sido de ellos. Me aseguró que vivían allí desde
hacía casi cuatro años, que los salvajes no les habían hecho nada y que les habían dado vituallas para su
supervivencia. Le pregunté por qué no los habían matado y se los habían comido. Me contestó:
-No, ellos hacen hermanos -es decir, según me pare ció entender, una tregua.
Luego añadió:
-Ellos no comen hombres sino cuando hace la guerra pelear- es decir, que no se comían a ningún hombre
que no hubiese luchado contra ellos y no fuese prisionero de batalla.
Había transcurrido mucho tiempo después de esto, cuando, estando en la cima de la colina, al lado este de
la isla, desde donde, como he dicho, en un día claro, había des cubierto la tierra o continente de América,
Viernes, aprovechando el buen tiempo, se puso a mirar fijamente hacia la tierra firme y, como por sorpresa,
se puso a bailar y a saltar y me llamó, pues me encontraba a cierta distancia. Le pre gunté qué pasaba.
-¡Oh, alegría! dijo-, ¡oh, contento! ¡Allá ve mi país, allá mi nación!
Pude observar que una extraordinaria expresión de pla cer se dibujó en su rostro; sus ojos brillaban y en
su semblante se descubría una extraña ansiedad, como si hubiese pen sado regresar a su país. Esta
observación me hizo pensar muchas cosas, que al principio me causaron una inquietud que no había
experimentado antes respecto a mi siervo Viernes. Pensé que si Viernes volvía a su país, no solo olvidaría
su religión, sino todas sus obligaciones hacia mí y sería capaz de informar a sus compatriotas sobre mí y,
tal vez, re gresar con cien o doscientos de ellos para hacer un festín conmigo, tan felizmente como lo hacía
antes con los enemi gos que tomaba prisioneros.
Pero cometía un grave error, del que luego me arrepentí, con aquella pobre y honesta criatura. No
obstante, a me dida que aumentaban mis recelos, por espacio de casi dos semanas, estuve reservado y [ Pobierz całość w formacie PDF ]