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viento, los cantos de los pájaros, alguna piedra que se derrumbaba, no hacían más que
contrastar el profundo silencio de aquel valle circundado de altísimas rocas.
Venters y Bess dejaban vagar su fantasía.
-Bess, ¿os he hablado de mi caballo, de Camorra? -preguntó Venters.
-Más de cien veces-repuso ella.
-¿Ah, sí? No lo recordaba. Quisiera que lo vieseis. Nos llevará a los dos.
-Me gustaría montar en él. ¿Sabe correr?
-¿Si sabe correr? Es un demonio de velocidad; el caballo más veloz de la pradera.
Confío en que no se marchará de aquel cañón.
-Estoy segura de que permanecerá allí.
Se alejaron del campamento para pasearse a lo largo de las terrazas; Ring y Blanca
iban delante y jugaban corriendo de un lado a otro. Venters levantó la mirada hacia el gran
arco de piedra que daba entrada al valle y Bess contempló también el maravilloso panorama.
Un águila en vuelo llamó su atención.
-¡Fijaos cómo vuela! - exclamó Bess -. ¿Dónde estará la hembra?
-En el nido que tiene en una grieta del puente, cerca del borde superior. La veo a
menudo. Es casi blanca.
Luego fueron paseando terraza abajo, hacia el bosque. Un pájaro pardo salió chillando
de una mata. Bess miró por entre las hojas.
-¡Mirad! Un nido de cuatro pajaritos. No se asustan. ¡Fijaos cómo abren el pico!
Tienen hambre.
Por entre la hojarasca se deslizaban los conejos. El bosque resonaba del zumbido de
los insectos. Por los calveros cruzaban rápidamente las codornices. El ingrávido paso de Bess
despertó a un lagarto, que se deslizó rápido por entre las hojas. La joven corrió detrás y lo
cogió. Era un animalito esbelto, de color indefinido, pero de exquisita belleza.
-Sus ojos parecen joyas - dijo Bess -. Es miedoso como los conejillos. ¡No te
comeremos... anda, corre! - dijo, y lo soltó.
El ruido del agua llevó sus pasos hacia un barranco umbrío donde brotaba una fuente
sobre piedras musgosas. Una multitud de ranas grises con manchas blancas y ojos negros
alineábanse en la rocosa orilla, y sólo saltaron cuando los dos estaban muy cerca. Luego,
Venters descubrió una serpiente muy larga de piel verde, enroscada en un delgado árbol. Los
dos se aproximaron hasta tenerla al alcance de la mano: el reptil no mostraba tener miedo, y
los miraba con rutilantes ojos.
-Es muy hermosa-dijo Bess-. ¡Y qué mansa! Creía
que las serpientes huían siempre al acercarse las personas.
82
Librodot Los jinetes de la pradera roja Zane Grey
-No. Tampoco los conejos de aquí huían, hasta que nuestros perros empezaron a
perseguirlos.
Siguieron el paseo, dirigiéndose primero a la balsa construída por los castores, a los
cuales estuvieron admirando largo rato, y después, como otras veces, a la cueva de los
trogloditas, lugar preferido por Bess.
La ascensión de la pendiente por los peldaños desgastados por el tiempo era siempre
para Bess una tarea muy ardua, mas cuando llegaba a la rampa, jadeante y cansada.
brillábanle los ojos de gozo. Tras breve pausa para descansar y admirar el hermoso
espectáculo del valle visto desde aquel punto, empezó también esta vez la acostumbrada
exploración de las viviendas troglodíticas. De todos los rincones y alacenas sacaban una
multitud de objetos de barro, toscamente modelados y pintados. Escudriñaban los oscuros
agujeros de las kicas3, y Bess echó una piedra para oír el ruido que producía al chocar con el
fondo. Miraban las pequeñas casitas globulares, parecidas a colmenas, y se preguntaban si
habrían servido de graneros o para qué; entraron a gatas en las más grandes, v reían cuando
sus cabezas daban contra los bajos techos. De entre el polvo que cubría el piso de las casitas
sacaban brazadas de tesoros, que llevaban afuera. Hallaban pedernales, bastones
extrañamente curvados, piezas de cacharrería, cuerdas de esparto que se deshacían entre sus
manos y una piedra blanquecina que se pulverizaba al tocarla y parecía desvanecerse en el
aire.
-Esta substancia blanca son huesos -dijo Venters lentamente-. Huesos de los
trogloditas.
-¡No! -exclamó Bess.
-Aquí hay más. ¡Mirad cómo se deshace en polvillo blanco! ¡Vaya si son huesos!
-Bern, ¿aquí han vivido gentes? -preguntó Bess, pensativa.
-Sí.
-¿Cuánto tiempo hace de eso?
-Mil años, o tal vez mucho más.
-¿Qué fueron esas gentes?
-Trogloditas, habitantes de los riscos, hombres que tenían enemigos y trataron de
construirse casas en terrenos abruptos, inaccesibles.
-¿Tuvieron que luchar?
-Sí.
-Lucharon... ¿Por qué lucharon?
-Por la vida. Por sus hogares, por la comida, por sus hijos, por sus padres, por sus
mujeres...
-¿Ha cambiado el mundo en estos mil años?
-No sé... acaso muy poco.
-¿Han cambiado los hombres?
-Creo que sí..., confío en que han cambiado.
-No sé qué pensar -continuó Bess, con una extraña luz en los ojos que le descubrió a
Venters la verdad de los pensamientos de la joven-. He recorrido toda la parte fronteriza de
Utah, he visto a las gentes, sé cómo viven..., pero no me parece que sea vivir lo que hacen.
He leído libros y los he estudiado, pero tampoco me han enseñado mucho. Quisiera irme al
gran mundo para conocer cómo es. Sin embargo, deseo permanecer aquí. ¿Qué va a ser de
nosotros? ¿Somos trogloditas, habitantes de los riscos? Estamos solos aquí. Soy feliz cuando
no pienso. Estos... estos huesos que se convierten en polvo me dan asco y miedo. ¿Tuvieron [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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viento, los cantos de los pájaros, alguna piedra que se derrumbaba, no hacían más que
contrastar el profundo silencio de aquel valle circundado de altísimas rocas.
Venters y Bess dejaban vagar su fantasía.
-Bess, ¿os he hablado de mi caballo, de Camorra? -preguntó Venters.
-Más de cien veces-repuso ella.
-¿Ah, sí? No lo recordaba. Quisiera que lo vieseis. Nos llevará a los dos.
-Me gustaría montar en él. ¿Sabe correr?
-¿Si sabe correr? Es un demonio de velocidad; el caballo más veloz de la pradera.
Confío en que no se marchará de aquel cañón.
-Estoy segura de que permanecerá allí.
Se alejaron del campamento para pasearse a lo largo de las terrazas; Ring y Blanca
iban delante y jugaban corriendo de un lado a otro. Venters levantó la mirada hacia el gran
arco de piedra que daba entrada al valle y Bess contempló también el maravilloso panorama.
Un águila en vuelo llamó su atención.
-¡Fijaos cómo vuela! - exclamó Bess -. ¿Dónde estará la hembra?
-En el nido que tiene en una grieta del puente, cerca del borde superior. La veo a
menudo. Es casi blanca.
Luego fueron paseando terraza abajo, hacia el bosque. Un pájaro pardo salió chillando
de una mata. Bess miró por entre las hojas.
-¡Mirad! Un nido de cuatro pajaritos. No se asustan. ¡Fijaos cómo abren el pico!
Tienen hambre.
Por entre la hojarasca se deslizaban los conejos. El bosque resonaba del zumbido de
los insectos. Por los calveros cruzaban rápidamente las codornices. El ingrávido paso de Bess
despertó a un lagarto, que se deslizó rápido por entre las hojas. La joven corrió detrás y lo
cogió. Era un animalito esbelto, de color indefinido, pero de exquisita belleza.
-Sus ojos parecen joyas - dijo Bess -. Es miedoso como los conejillos. ¡No te
comeremos... anda, corre! - dijo, y lo soltó.
El ruido del agua llevó sus pasos hacia un barranco umbrío donde brotaba una fuente
sobre piedras musgosas. Una multitud de ranas grises con manchas blancas y ojos negros
alineábanse en la rocosa orilla, y sólo saltaron cuando los dos estaban muy cerca. Luego,
Venters descubrió una serpiente muy larga de piel verde, enroscada en un delgado árbol. Los
dos se aproximaron hasta tenerla al alcance de la mano: el reptil no mostraba tener miedo, y
los miraba con rutilantes ojos.
-Es muy hermosa-dijo Bess-. ¡Y qué mansa! Creía
que las serpientes huían siempre al acercarse las personas.
82
Librodot Los jinetes de la pradera roja Zane Grey
-No. Tampoco los conejos de aquí huían, hasta que nuestros perros empezaron a
perseguirlos.
Siguieron el paseo, dirigiéndose primero a la balsa construída por los castores, a los
cuales estuvieron admirando largo rato, y después, como otras veces, a la cueva de los
trogloditas, lugar preferido por Bess.
La ascensión de la pendiente por los peldaños desgastados por el tiempo era siempre
para Bess una tarea muy ardua, mas cuando llegaba a la rampa, jadeante y cansada.
brillábanle los ojos de gozo. Tras breve pausa para descansar y admirar el hermoso
espectáculo del valle visto desde aquel punto, empezó también esta vez la acostumbrada
exploración de las viviendas troglodíticas. De todos los rincones y alacenas sacaban una
multitud de objetos de barro, toscamente modelados y pintados. Escudriñaban los oscuros
agujeros de las kicas3, y Bess echó una piedra para oír el ruido que producía al chocar con el
fondo. Miraban las pequeñas casitas globulares, parecidas a colmenas, y se preguntaban si
habrían servido de graneros o para qué; entraron a gatas en las más grandes, v reían cuando
sus cabezas daban contra los bajos techos. De entre el polvo que cubría el piso de las casitas
sacaban brazadas de tesoros, que llevaban afuera. Hallaban pedernales, bastones
extrañamente curvados, piezas de cacharrería, cuerdas de esparto que se deshacían entre sus
manos y una piedra blanquecina que se pulverizaba al tocarla y parecía desvanecerse en el
aire.
-Esta substancia blanca son huesos -dijo Venters lentamente-. Huesos de los
trogloditas.
-¡No! -exclamó Bess.
-Aquí hay más. ¡Mirad cómo se deshace en polvillo blanco! ¡Vaya si son huesos!
-Bern, ¿aquí han vivido gentes? -preguntó Bess, pensativa.
-Sí.
-¿Cuánto tiempo hace de eso?
-Mil años, o tal vez mucho más.
-¿Qué fueron esas gentes?
-Trogloditas, habitantes de los riscos, hombres que tenían enemigos y trataron de
construirse casas en terrenos abruptos, inaccesibles.
-¿Tuvieron que luchar?
-Sí.
-Lucharon... ¿Por qué lucharon?
-Por la vida. Por sus hogares, por la comida, por sus hijos, por sus padres, por sus
mujeres...
-¿Ha cambiado el mundo en estos mil años?
-No sé... acaso muy poco.
-¿Han cambiado los hombres?
-Creo que sí..., confío en que han cambiado.
-No sé qué pensar -continuó Bess, con una extraña luz en los ojos que le descubrió a
Venters la verdad de los pensamientos de la joven-. He recorrido toda la parte fronteriza de
Utah, he visto a las gentes, sé cómo viven..., pero no me parece que sea vivir lo que hacen.
He leído libros y los he estudiado, pero tampoco me han enseñado mucho. Quisiera irme al
gran mundo para conocer cómo es. Sin embargo, deseo permanecer aquí. ¿Qué va a ser de
nosotros? ¿Somos trogloditas, habitantes de los riscos? Estamos solos aquí. Soy feliz cuando
no pienso. Estos... estos huesos que se convierten en polvo me dan asco y miedo. ¿Tuvieron [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]