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paso a la administración de los negocios públicos a base del libre acuerdo, no por eso dejan
de ver, en manera alguna, que los esfuerzos del obrero en el actual orden político deben
tener por inmediato objeto la defensa constante de todos los derechos políticos y sociales
recabados, contra todos los ataques de la reacción, ampliando sin cesar el ángulo que
abarca esos derechos, siempre y allí donde se presente ocasión.
Porque de la misma manera que el obrero no puede permanecer indiferente ante las
condiciones económicas de su vida en la sociedad presente, tampoco puede tenerle sin
cuidado la estructura política de su país. Tanto en la lucha por la defensa de su pan
cotidiano como en la propaganda de todo género conducente a la liberación social, necesita
derechos políticos y libertades, y debe luchar igualmente por éstos siempre que le sean
negados, defendiéndolos con toda energía en cuantas ocasiones se trate de arrebatárselos.
Es, por tanto, absurdo decir que el anarcosindicalismo se desinteresa de las luchas políticas
Rocker - Anarcosindicalismo 50
de su tiempo. La heroica pelea de la CNT en España contra el fascismo, es tal vez la mejor
demostración de que no hay asomo de verdad en esa superchería.
Pero el punto de ataque en las luchas políticas no está en los cuerpos legislativos, sino
en el pueblo. Los derechos políticos no se engendran en los parlamentos, antes bien, les
son impuestos a éstos desde fuera. Ni siquiera su aprobación y promulgación ha sido
durante mucho tiempo garantía de su cumplimiento. Lo mismo que los patronos tratan
siempre de anular toda concesión que hayan tenido que hacerle al trabajo, a la menor
oportunidad que se les presente, en cuanto notan el menor síntoma de debilitamiento en las
organizaciones obreras, así también los gobiernos están siempre predispuestos a restringir
o a abrogar completamente los derechos y libertades otorgados, si se imaginan que el
pueblo no ha de oponer resistencia. Incluso en los países en que desde hace tiempo hay
esas cosas que se llaman libertad de prensa, derecho de asociación, y otras por el estilo, los
Gobiernos tratan constantemente de restringir esos derechos o de interpretarlos a su antojo,
por medio de quisquillosidades judiciales. Los derechos políticos no existen porque hayan
tomado estado legal sobre el papel, sino que empiezan a ser realidad cuando comienzan a
formar un hábito nacido en la propia entraña del pueblo y cuando toda pretensión de
reducirlo tropieza con la resistencia violenta de la multitud. Cuando no ocurre así no hay
oposición parlamentaría ni llamamiento platónico a la constitución que tenga remedio. Se
obliga al respeto por parte de los demás, cuando uno sabe cómo defender su dignidad de
ser humano. Y esto no es sólo verdad respecto a la vida particular, sino que lo es asimismo
en la vida política.
El pueblo goza de todos los derechos y privilegios políticos de que gozamos todos, en
mayor o menor escala, y eso no es por la buena voluntad de los Gobiernos, sino gracias a
que ha demostrado que tiene fuerza. Los Gobiernos han empleado siempre todos los
medios que han hallado al alcance para evitar el logro de esos derechos o para convertirlos
en pura ilusión. Grandes movimientos de las masas y completas revoluciones han sido
necesarios para arrancar, en ese forcejeo, los aludidos derechos a las clases rectoras, las
cuales jamás hubieran accedido de buen grado a concederlos. Basta con repasar la historia
de los tres siglos últimos para comprender cuán inhumanas luchas ha costado el arrancar,
pedazo a pedazo, cada derecho a los déspotas. ¡Cuán duras batallas, por ejemplo, han
tenido que librar los trabajadores en Inglaterra, en Francia, en España y en otros países
para obligar a los Gobiernos a reconocer el derecho de asociación sindical. En Francia, la
prohibición de formar grupos sindicales persistió hasta 1886. A no ser por la incesante lucha
mantenida por los trabajadores, no habría en la actual República francesa el derecho de
agruparse. Hasta que los trabajadores pusieron al Parlamento ante hechos consumados, el
Gobierno no se decidió tomar en consideración la nueva situación creada y dio sanción legal
a los sindicatos. Lo importante no es que los Gobiernos hayan decidido conceder derechos
al pueblo, sino las razones por las obraron así. Para aquel que no comprenda todo lo que
eso comporta, la historia será siempre un libro cerrado bajo siete sellos.
Claro que si se acepta la frase cínica de Lenin, de que la libertad no es más que un
«prejuicio burgués», los derechos políticos y las libertades obreras carecen de sentido. Pero
entonces, todas las luchas del pasado, todas las rebeliones y revoluciones a las que
debemos la conquista de esos derechos, serían cosa sin valor alguno. Para formular
semejante sentencia no hubiera valido la pena de derribar al zarismo, pues la misma
censura de Nicolás II no hubiera objetado nada a la aseveración de que la libertad sea «un
prejuicio de la burguesía». Por lo demás, los grandes teóricos de la reacción, José de
Maistre y Luis Bonald, opinaron de igual modo, aunque sus palabras no fueron las mismas, [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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paso a la administración de los negocios públicos a base del libre acuerdo, no por eso dejan
de ver, en manera alguna, que los esfuerzos del obrero en el actual orden político deben
tener por inmediato objeto la defensa constante de todos los derechos políticos y sociales
recabados, contra todos los ataques de la reacción, ampliando sin cesar el ángulo que
abarca esos derechos, siempre y allí donde se presente ocasión.
Porque de la misma manera que el obrero no puede permanecer indiferente ante las
condiciones económicas de su vida en la sociedad presente, tampoco puede tenerle sin
cuidado la estructura política de su país. Tanto en la lucha por la defensa de su pan
cotidiano como en la propaganda de todo género conducente a la liberación social, necesita
derechos políticos y libertades, y debe luchar igualmente por éstos siempre que le sean
negados, defendiéndolos con toda energía en cuantas ocasiones se trate de arrebatárselos.
Es, por tanto, absurdo decir que el anarcosindicalismo se desinteresa de las luchas políticas
Rocker - Anarcosindicalismo 50
de su tiempo. La heroica pelea de la CNT en España contra el fascismo, es tal vez la mejor
demostración de que no hay asomo de verdad en esa superchería.
Pero el punto de ataque en las luchas políticas no está en los cuerpos legislativos, sino
en el pueblo. Los derechos políticos no se engendran en los parlamentos, antes bien, les
son impuestos a éstos desde fuera. Ni siquiera su aprobación y promulgación ha sido
durante mucho tiempo garantía de su cumplimiento. Lo mismo que los patronos tratan
siempre de anular toda concesión que hayan tenido que hacerle al trabajo, a la menor
oportunidad que se les presente, en cuanto notan el menor síntoma de debilitamiento en las
organizaciones obreras, así también los gobiernos están siempre predispuestos a restringir
o a abrogar completamente los derechos y libertades otorgados, si se imaginan que el
pueblo no ha de oponer resistencia. Incluso en los países en que desde hace tiempo hay
esas cosas que se llaman libertad de prensa, derecho de asociación, y otras por el estilo, los
Gobiernos tratan constantemente de restringir esos derechos o de interpretarlos a su antojo,
por medio de quisquillosidades judiciales. Los derechos políticos no existen porque hayan
tomado estado legal sobre el papel, sino que empiezan a ser realidad cuando comienzan a
formar un hábito nacido en la propia entraña del pueblo y cuando toda pretensión de
reducirlo tropieza con la resistencia violenta de la multitud. Cuando no ocurre así no hay
oposición parlamentaría ni llamamiento platónico a la constitución que tenga remedio. Se
obliga al respeto por parte de los demás, cuando uno sabe cómo defender su dignidad de
ser humano. Y esto no es sólo verdad respecto a la vida particular, sino que lo es asimismo
en la vida política.
El pueblo goza de todos los derechos y privilegios políticos de que gozamos todos, en
mayor o menor escala, y eso no es por la buena voluntad de los Gobiernos, sino gracias a
que ha demostrado que tiene fuerza. Los Gobiernos han empleado siempre todos los
medios que han hallado al alcance para evitar el logro de esos derechos o para convertirlos
en pura ilusión. Grandes movimientos de las masas y completas revoluciones han sido
necesarios para arrancar, en ese forcejeo, los aludidos derechos a las clases rectoras, las
cuales jamás hubieran accedido de buen grado a concederlos. Basta con repasar la historia
de los tres siglos últimos para comprender cuán inhumanas luchas ha costado el arrancar,
pedazo a pedazo, cada derecho a los déspotas. ¡Cuán duras batallas, por ejemplo, han
tenido que librar los trabajadores en Inglaterra, en Francia, en España y en otros países
para obligar a los Gobiernos a reconocer el derecho de asociación sindical. En Francia, la
prohibición de formar grupos sindicales persistió hasta 1886. A no ser por la incesante lucha
mantenida por los trabajadores, no habría en la actual República francesa el derecho de
agruparse. Hasta que los trabajadores pusieron al Parlamento ante hechos consumados, el
Gobierno no se decidió tomar en consideración la nueva situación creada y dio sanción legal
a los sindicatos. Lo importante no es que los Gobiernos hayan decidido conceder derechos
al pueblo, sino las razones por las obraron así. Para aquel que no comprenda todo lo que
eso comporta, la historia será siempre un libro cerrado bajo siete sellos.
Claro que si se acepta la frase cínica de Lenin, de que la libertad no es más que un
«prejuicio burgués», los derechos políticos y las libertades obreras carecen de sentido. Pero
entonces, todas las luchas del pasado, todas las rebeliones y revoluciones a las que
debemos la conquista de esos derechos, serían cosa sin valor alguno. Para formular
semejante sentencia no hubiera valido la pena de derribar al zarismo, pues la misma
censura de Nicolás II no hubiera objetado nada a la aseveración de que la libertad sea «un
prejuicio de la burguesía». Por lo demás, los grandes teóricos de la reacción, José de
Maistre y Luis Bonald, opinaron de igual modo, aunque sus palabras no fueron las mismas, [ Pobierz całość w formacie PDF ]